Jun 19, 2010

El Campamento de la UPR de Utuado


Hoy desmontaron el campamento de resistencia estudiantil en la UPR de Utuado. Atrás quedaron las interminables noches plagadas de mosquitos, de frío y de neblina, de hambre e incertidumbre. Por más de 50 días, los estudiantes de la montaña durmieron a las afueras de los portones del campus más hermoso del sistema universitario. Montaron su campamento sobre el asfalto duro de la entrada principal, lejos de los cultivos de frutas y verduras, de la cascada, de la quebrada de agua limpia, lejos de los verdes pastos y las inmensas sombras de las ceibas y los robles, exiliados por conciencia del paraíso colegial. Me cuentan que les llovió por más de cuarenta días, a veces en las tardes y otras en las oscuras noches de la cordillera. Algunos me confesaron que en esos momentos, cuando el vendaval del aguacero trataba de arrancar las casetas del suelo y arreciaba la lluvia con sus rayos y sus centellas, soñaban con en el calor y el confort de sus hogares. A pesar de todo, resistieron.

Al principio del conflicto el campamento era una fiesta de ideas, de opiniones, de música y discursos, de abundancia y entusiasmo. Pero al pasar del tiempo escasearon las risas, las consignas y hasta el agua y la comida. En la radio escuchaban las mil versiones de su realidad. A veces, cuando el televisor tenía baterías, veían los informes de los noticiarios locales. Algunos recibían mensajes y videos en sus teléfonos celulares. Los visitantes dejaban los periódicos, un par de pesos, dos latas de espaguetis y una caja de agua potable. Los días se hicieron largos, empapados de sudor comprendieron que la novedad había pasado, que la militancia había mermado y en muchas ocasiones, hasta la policía se había retirado. A pesar de todo, resistieron.

Los que tuvieron que quedarse en Utuado, envidiaron a los que pudieron asistir al concierto de la UPR de Río Piedras. Frente a la pantalla de una computadora portátil, los que se quedaron lloraron en silencio al escuchar las canciones, los mensajes y el amor que la clase artística del mundo les expresó en aquella noche memorable. Por consenso y por compromiso algunos tuvieron que quedarse para mantener encendida la llama de sus reclamos. Convencidos de que en un país como éste, donde los millones se reparten entre los bufetes, los asesores, los consultores, los políticos y toda suerte tragones, debía de sobrar algún dinero para la Universidad. Y para debilitar sus ideas, les hablaron del déficit, de la mayoría silente y algunos padres les hablaron de la ley 7, y el gobernador los ignoró por completo, sintieron el desprecio de las autoridades universitarias y los analistas apostaban a la violencia, a la insensatez y al caos. Pasaban las noches en vilo esperando que los barrieran con gases lacrimógenos y macanazos, aterrorizados, desarmados, solitarios. Aún así resistieron y confiaron en la solidaridad de los otros recintos, confiaron en sus profesores, en sus familiares, en el comité negociador y en los miles de universitarios del mundo que los apoyaron por la Internet.

Hoy los vi desmontar el campamento. Atrás quedaron algunas camisetas mojadas, un par de sandalias rotas y cartulinas despintadas sobre el duro asfalto de la entrada abierta a la UPR de Utuado. Hablé con mis estudiantes y vi en sus rostros madurez y el alto precio del sacrificio personal. Algunos disimularon las lágrimas que afloraron a los ojos como molestas piedrecillas que les hicieron cambiar la vista cuando compartieron conmigo sus vivencias durante dos meses de entrega y sufrimiento. Todos afirmaron que a pesar de todo, valió la pena. Desde mi auto en marcha los vi despedirse. Se abrazaron, se besaron en las mejillas, se estrecharon fuertemente las manos al concluir esta jornada, como compañeros que regresan a sus hogares luego de una guerra, pasajeros de un verano singular que marcará para siempre la historia de la Universidad de Puerto Rico. Siguiendo la carretera a casa recordé al maestro que nos enseñó que la verdad y el bien siguen un mismo camino, y que el que busca la verdad, encuentra el bien.

6 comments:

Dinorah said...

¡Hola!
Honestamente, la insensibilidad a veces nos toca y olvidamos que en algún momento, en una etapa de nuestras vidas, de una forma u otra estuvimos en esas mismas circunstancias. Cuando comencé a leer el artículo me transporte a las universidades y la empatía que sentía se fue transformaba en simpatía, ¡WOW ¡ a la verdad que no es fácil en estos días mantenerse firme y en pie de lucha por las necesidades y peticiones a las que tenemos derecho, gracias por el relato, sinceramente se me aguaron los ojos. Gracias a Dios que no toda la juventud está perdida, espero que sigan adelante y que nunca olviden luchar por lo que entienden es lo justo.
Bendiciones
Dinor@h

Joselinda Perez said...

Un relato muy conmovedor, el cual transporta
a lo que sucedio en ese lugar. Nos enseña
a luchar por nuestros derechos y no
dejarnos vencer ante los obstáculos.

Joselinda Perez said...
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Joselinda Perez said...
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Ponedoras Rivera said...

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Ponedoras Rivera said...

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