Feb 16, 2006
Reflexiones
La ciudad
EL rugir de la ciudad siempre me atemoriza. La metrópoli es el escenario caótico donde cada visitante es un personaje entre protagonistas, antagonistas y siluetas pasajeras que transitan sobre las aceras, las plazas y las carreteras. A la sombra de los edificios se ocultan las miserias y los escombros, lo que sobra, lo que ya no sirve, lo dañado, lo invisible. Y entre tanta impureza también se ocultan personas sin rostro a la espera de una oportunidad. Escapar, salir de las sombras, conseguir su sustento y presentarse en sociedad con su mejor sonrisa. Con la apariencia de un salario honesto, con el aliento de la autosuficiencia y el respeto de los ciudadanos. De las sombras también salen los perros sin dueño y la gata muerta de hambre que sueña atrapar virulentas palomas citadinas de plumaje sucio. Al amparo de los edificios sobrevive el tecato soñoliento, el deambulante maloliente y todos los noctámbulos que ocultan su cara al sol.
Entonces levantamos nuestra vista y los rascacielos reflejan en sus espejos la opulencia de las oficinas, la privacidad de los condominios, la exclusividad de los clubes, bufetes y restaurantes. Y vemos los autos deportivos y de lujo circundando las avenidas. Dentro de ellos, con sus ventanas ahumadas sabemos de señores y señoras, abogados, políticos, médicos, ejecutivos y oficiales de la banca. Desde mi orilla veo a otros en espera del transporte público, de un taxi en tránsito contínuo a sus gestiones, a sus trabajos y sus rumbos anodinos. La ciudad ruge. Rumor constante que enloquece poco a poco y te adormece con bocanadas de humo gris. Sirenas como gritos erizan la piel de los novatos, de los que como yo siempre estamos de paso, observando la ciudad desde afuera como espectador de un mundo al que nunca quise entrar.
Pedro L. Cartagena 2006©
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